Un día inesperado

Era el año 2018 y vivía en Queens. Yo recién me había despertado para prepararme para ir a la escuela. Tenía 12 años y asistía a la Escuela Intermedia PS. 143Q, que estaba localizada en Queens. Yo estaba en el 5to grado y siempre me levantaba alegre porque sabía que iría a la escuela y podría ver a mis amigos. Pero lo más extraño de este día en particular es que sabía que algo no andaba bien conmigo, pero decidí ignorarlo y qué equivocada estuve en no prestarle atención. Los síntomas que tenía el día anterior aún seguían presentes. No pensaba que terminaría siendo algo serio.

Ya estando en la escuela, empecé mis clases como usualmente lo hago. Al entrar a la tercera clase, me vino un dolor bien fuerte que era insoportable. No sé cómo, pero me aguanté así todo el día, ya que mis dos padres estaban trabajando y, además, no tenía a alguien que viniera a recogerme de la escuela. Mis compañeras sabían que algo andaba mal conmigo porque estaba toda pálida. Cuando era el final del día, ellas me llevaron a mi casa, ya que estaba tan débil y tenía mucho dolor, lo que resultó en no poder caminar bien. Cuando llegamos a casa, me despedí de ellas y entré. Decidí hacerme un té para ver si eso me mejoraría en algo y, sin darme cuenta, me había quedado dormida.

Cuando me desperté, ya había oscurecido y mi papá ya había llegado del trabajo. Mi papá sabía que algo estaba mal; vio que tenía un gran dolor y decidió llevarme al hospital para averiguar qué era lo que tenía. Como no teníamos carro, tomamos transporte público para ir hacia el hospital. Me fui al hospital junto a mi hermana y mi papá. Mi mamá todavía estaba trabajando y nos iba a alcanzar allá.

Ya estando en el hospital, tuve que esperar mucho tiempo para que me pudieran atender. Al ya no aguantar el dolor, mi mamá me cargó en sus brazos, llorando y básicamente suplicando que me atendieran ya porque no estaba nada bien. Los doctores por fin decidieron pasarme a un cuarto, me revisaron y les dijeron a mis papás que lo que tenía era el apéndice y que tenía que tener una operación de emergencia, ya que si no lo trataba pronto, podría morirme. Al escuchar esa noticia, todos empezamos a llorar porque no sabíamos que se iba a tratar de algo tan grave. Todos estábamos en el cuarto y se presenciaba una mezcla de emociones. Esta historia es bien larga, así que les voy a contar lo que sucedió después de haber tenido la operación.

El día de la operación fue un día muy triste para toda mi familia. Mi mamá estaba conmigo todo el tiempo en la sala de espera mientras me operaban, con angustia. Me acuerdo que antes de entrar al quirófano, vi cómo mi mamá tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Eso me preocupó mucho más a mí, ya que me puse a pensar en pensamientos negativos, como: “¿y si algo sale mal y no despierto de la operación?”.

Mis pensamientos eran muchos. Cuando entré al quirófano, tuve mucho frío. Lo último que me acuerdo fueron las luces brillantes que había en ese cuarto; me acuerdo cómo lentamente cerré los ojos y me quedé dormida. Al abrir los ojos, lo primero que vi fue a mi mamá. Sentí cómo ella me sacudió un poco, ya que no podía despertarme. Mi mamá estaba llorando cuando me decía: “Mija, levántate, despierta”. Poco a poco empecé a cobrar sentido. La enfermera vino y me revisó, diciéndome: “Fuiste la primera en ser operada y fuiste la última en despertarte”. Mi mamá me decía: “Yo pensé que algo andaba mal porque no reaccionabas ni te despertabas”. Me volteé a mirar a mi mamá y le contesté: “Vio, ya todo pasó, estoy bien”.

Cuando me subieron al cuarto que el hospital me había asignado, me dijeron que tenía que quedarme por 2 días más para que pudieran ver que todo estuviera bien y así después darme de alta, para que todo regresara a la normalidad. Pasaron los 2 días; ese tiempo en el hospital había descansado y tuve que hacer como una “terapia”: tenía que hacer movimientos, como caminar, para que mi cuerpo se acostumbrara después de haber tenido la cirugía. Ya cuando me dieron de alta, vi desde la ventana cómo caía la nieve, ya que era la temporada de invierno. Mi papá no estaba trabajando y mi hermana lo acompañó para venir a recogerme. Recuerdo cómo los tres salimos del hospital bien abrigados y tomamos transporte público para así poder llegar a casa.

En fin, esto ha sido toda mi experiencia al haber tenido una cirugía por primera vez. Gracias a Dios he estado bien de salud y no he tenido otra operación. La lección que yo aprendí sobre lo que sucedió es que si sienten que algo no está bien, ya sea mentalmente o físicamente, es mejor chequear lo que sucede, ya que puede ser algo grave y tú no lo puedes saber. Así que no lo veas como algo no importante, porque puede ser importante, y recuerda que siempre va a haber gente que va a estar para ti en las buenas y en las malas.