En el año 2008, cuando yo solo tenía 6 años, nació el primer hijo de mi hermana y mi primer sobrino, Yandel. Como todas las niñas, yo quería una hermanita para jugar, no como mi hermana grande que no jugaba conmigo.
Y porque era niña le pregunté a Dios que me mandaba un bebé. Juré que la amaría con toda mi alma, y le daría todas mis barbies. Entonces esperé, esperé y esperé. Todos los días le preguntaba a mi mami si ella había encontrado a mi hermana pequeña en su barriga.
Un día mi hermana me sentó frente a ella y me dijo que tenía una bebé en su barriga, y yo pensé: “Tal vez no fui suficientemente específica cuando le pedí a Dios un bebé.” Por nueve meses ayudé a mi hermana a comprar todo lo que hacía falta para la bebé.
Recuerdo muy bien el día que la bebé nació. Yo estaba viendo Nicklodeon y mi madre entró al cuatro con un celular en la mano y cara de confusión y me dijo: “¡Ya esta aquí el bebé!” Yo estaba tan feliz y emocionada que me olvidé por qué mi madre estaba confundida y por qué yo escuché a mi hermana llorando por el teléfono.
Cuando llegamos al cuarto del hospital, corrí para ver mi nueva sobrina. Me sorprendí cuando yo miré para bajo a mi linda bebé durmiendo y entendí por qué mi hermana había estado llorando. Su bebé no era una hembra, sino un varón. Desde ese día he aprendido a apreciar las bendiciones de la vida en cualquier forma en que se presentan, sea como niña o como varón.