Mi primer año de escuela en Nueva York fue muy difícil para mí. Nací en los Estados Unidos, pero alrededor de la edad de un año, mi papá fue deportado a Guatemala, así que mi familia y yo nos mudamos a Guatemala por cuatro años. Cuando mi papá recibió sus papeles nos mudamos de regreso a los Estados Unidos. Algunos de mis mayores desafíos cuando vine a los Estados Unidos fue no poder hablar inglés y mis características como latina.
Mi escuela estaba en una comunidad blanca, por lo que la mayoría de los estudiantes sabían inglés. Comencé la escuela en cuarto grado y yo no entendía nada. El tener que aprender inglés sin refuerzo del español me hizo olvidar el español y por ello cambiar quien yo era. Otra cosa que me hizo cambiar fue mi intento de niña de cambiar mi apariencia porque parezco “latina”. Cuando llegué a los Estados Unidos, rápidamente comencé a observar cómo hablaban, se veían y se vestían otras personas. Por lo que veía a mi alrededor, quería cambiar quién era y convertirme como ellos.
El primer día que fui a la escuela, la maestra me hizo levantarme y presentarme a la clase, lo único que recuerdo es sentirme avergonzada porque solo hablaba español. Había algunos niños que trataron de hablarme, pero no pude responder porque no entendía lo que decían. Después de unas semanas de clases mis profesores notaron que mi inglés no estaba mejorando tanto. Un día después de la escuela por la tarde, mi maestra llamó a mis padres para hacerles saber que mi inglés no estaba bueno y que me estaba quedando atrás en clase. Mis dos padres no sabían nada de inglés, los únicos que podían ayudarme eran mis hermanos mayores. Practiqué mi inglés todos los días, mis padres también me enviaron a clases de ayuda adicional, lo que me ayudó a mejorar mi español. Después de mucho tiempo de practicar inglés todos los días, pude hablar con fluidez, pero poco a poco comencé a olvidar mi español. Por ejemplo, empecé a olvidar cómo escribir y decir ciertas palabras. Porque quería parecerme y actuar como los otros estudiantes, comencé a hablar solo inglés cada vez que salía de mi casa. A veces, cuando hablaba con mi familia y me quedaba atascada, en una palabra, me sentía avergonzada y frustrada porque no sabía cómo expresarme en español. Me enojaba conmigo misma porque a veces mis padres no podían entender ciertas cosas que les decía.
Otra cosa que noté en la escuela fueron las niñas y cómo se veían. Por ejemplo, tenían un bonito cabello largo y liso y su complexión de piel era más clara que la mía. Recuerdo que cuando entré al quinto grado, algunas chicas me preguntaban por qué la textura de mi cabello era diferente y por qué yo era más oscura que ellas. Recuerdo ir a casa ese día y estar de pie frente al espejo mirando mi cabello y mi piel. Solo quería parecerme a ellas. Después de haber escuchado algunos comentarios negativos sobre mi apariencia en la escuela, comencé a usar camisas de manga larga y en lugar de usar faldas solo usaba pantalones. También era tímida para usar mi cabello de forma natural, así que comencé a alisarlo a una edad muy temprana. Otra cosa que me resultó difícil de entender fue por qué mi hermana y yo nos veíamos diferentes. Por ejemplo, ella tenía el pelo largo y liso y el color de su piel era más clara que la mía. Recuerdo que siempre le preguntaba por qué las personas tienen características diferentes.
Ambos eventos han jugado un papel muy importante en mi vida. Por ejemplo, desearía que mi escuela me hubiera ayudado con mi español tanto como lo hicieron con el inglés. Ojalá hubiera sabido la importancia de mantener ambos idiomas. Al fin cuando comencé la secundaria comencé a tomar clases de español y de ahí mi español mejoró y comencé a abrazar mi cultura. Durante tantos años siempre pensé que parecer “latina” era algo negativo. Y que ser oscura y tener cabello colocho era malo. Pero a medida que pasaba el tiempo comencé a abrazar mi lado latino.