La escuela en New York

Mi primera experiencia llegando a una escuela a New York fue un tanto graciosa y  aterradora a la vez. Recuerdo todo como si fuera ayer. Llegué en un otoño del año 2010 y  tenía 10 años de edad. Había nacido en New York, pero toda mi niñez, desde los  seis meses de edad,  había crecido en un país sudamericano llamado Ecuador. Todo lo que conocía desde que era una niña estaba escrito en español y jamás en mi vida había leído ni hablado en inglés . Mi mundo estaba en Ecuador, mis amigos, mi familia, mis costumbres, mis raíces y mis tradiciones. 

La primera escuela a la que asistí en New York estaba ubicada en un barrio asiático y se llamaba Rachel Carson IS 237. Estaba supuesta a ingresar al quinto grado. Para mí, no estaba en un país o escuela diferente sino estaba en otro universo aprendiendo miles de cosas nuevas cada día. 

Cuando tuve mi primer día de clases  en Estados Unidos me quedé asombrada de lo grande que era  la escuela a la que asistía, tal y como la mostraban en las películas  de Hollywood que veía en el cine o en la internet. Me hacía preguntas a mí misma de por qué el sistema de la escuela  y las actividades cotidianas eran tan diferente al de un país sudamericano.

El primer día de clases fue un carrusel de emociones para mí. Recuerdo que mi mamá me acompañó a la escuela. Habíamos llegado tarde y la mayoría de niños ya habían ingresado a los salones de clase. Mi mamá se acercó a la secretaria y todas las personas me miraban con ternura.  Todavía tengo grabado en mi memoria cómo las secretarias de la escuela decían frases como “va a entrar a primer grado” y “qué lindas trencitas”.  Sin embargo, yo solo pensaba en que me veía menor que todos mis compañeros.  Poco después, las secretarias de la escuela le explicaron a mi mamá que me iban a poner en un grado más alto de acuerdo con las materias que había estudiado en Ecuador. No podía creerlo: aparte de verme más pequeña e infantil que todos mis compañeros, tenía que ir a quinto grado en lugar de ingresar al cuarto grado. Mi corazón latía a mil por hora, mientras la secretaria de la escuela me enseñaba mi clase. Lo único que pensaba era en cómo se vería la clase y mis nuevos compañeros. 

Cuando ingresé a la clase una profesora me dio la bienvenida y me pidió que me presentara ante la clase, pero yo le dije que no estaba preparada y que quería presentarme al día siguiente. En ese momento sentía la mirada de todos mis compañeros sobre mí por ser la niña nueva de la clase. Poco después, mi maestra me presentó a un compañero que hablaba español para que me enseñara la escuela y me ayudara a entender las tareas y actividades que tenía que realizar en clase. De hecho, mi compañero de clase me ayudaba mucho, especialmente me indicó cómo funcionaban los casilleros y cómo dirigirme a mis clases. Sin embargo, había cosas tan extrañas que no podía entender, como por qué todos mi compañeros  ponían sus libros en un  cajón de metal con clave. Quedé  fascinada con el hecho de que no tenía que cargar todos los libros pesados en mi mochila ni llevarlos a casa. Ese día me di cuenta que había compañeros que también hablaban español, pero les avergonzaba hablarlo. Me daba la percepción de que no se sentían cómodos hablando español en clase.

Después de unos meses la escuela me agradaba más y más. Asistía a actividades muy divertidas como clubs de música, teatro y danza durante la escuela. Con el tiempo hice amigos que estaban en mis mismos zapatos. También, había estudiantes que recién habían llegado a New York y estaban aprendiendo inglés como yo desde cero.  De alguna forma me sentía reconfortada al saber que habían personas que estaban experimentado lo mismo que yo. Poco a poco me iba adaptando más y más a la escuela. Y con ayuda de mi maestra  de literatura iba aprendiendo inglés poco a poquito. 

Recuerdo que una de mis maestras me regaló un libro llamado ” El Diario de Ana Frank”. Desde que lo leí  me comencé a envolver en el mundo fantástico de la lectura. Cuando leía me desprendía de este mundo y me transportaba a la historia o narración del libro que estaba leyendo. Descubrí un mundo donde todo era posible. Tal como el escritor del libro Juego de Tronos George R.R. Martin dice “ Un lector  vive miles de vidas antes de morir.  El hombre que nunca lee vive solo una vez.” La lectura fue un gran progreso y refugio en mi vida porque no solo aprendí vocabulario, también aprendí a formar oraciones, lecciones de vida, y  mi imaginación creció más y más  gracias a ella . 

 Cuando terminé el quinto grado me di cuenta de todo lo que había aprendido ese año en la escuela. No solo había avanzado en el inglés, también había aprendido aspectos importantes de la cultura  norteamericana. Era fascinante las cosas que descubrí en ese año, como que me gustaba leer y me agradaban todas las actividades relacionadas  con el arte. Pero nunca podré olvidar lo difícil que fue adaptarme  cuando ingresé a la escuela y lo aterrorizada que estaba por el cambio que iba a tener en mi vida, así como la transición del idioma, y cultura en un nuevo país donde no conocía nada ni a nadie. Pero en realidad ese gran cambio en mi vida me enseñó a conocerme más a mí misma y a darme cuenta de las muchas cosas que no pensé que yo era capaz de lograr. Aprendí que las adversidades me demostraban que yo podía lograr que lo imposible se convirtiera en posible. Y  sobre todo aprendí que es bueno rodearse  de personas que quieren ver que te superes y mejores cada día. 

En la vida suceden cosas que tal vez no entendemos  o nos molestan al principio, pero en realidad  esas situaciones difíciles y complicadas por las que pasamos a lo largo de nuestro camino nos ayudan a sacar lo mejor de nosotros. 

Una lección valiosa que me dejaron mis primeras experiencias estudiando en una escuela en Nueva York fue que ante las adversidades podía descubrir la mejor versión de mí misma. Sin duda ese año aprendí que el ser humano es capaz de adaptarse y el miedo solo era un paso más para  aprender de lo que yo era capaz.