Desde pequeño, el fútbol era una gran parte de mi vida y esto viene de que mis padres sean latinos. Mi papá en particular es un gran fanático del fútbol y eso lo compartió conmigo. Recuerdo todas las veces de pequeño que íbamos al parque los fines de semana. Era el mejor momento de la semana y lo disfrutaba mucho. Llegaba a la casa muy agotado pero con ganas de poder seguir jugando con mi papá. Cuando jugábamos, quería que el tiempo se hiciera eterno.
Seguí creciendo y el fútbol se hizo algo muy importante para mí. Empecé a jugar fútbol competitivo en el colegio y más después en otros equipos afuera del colegio. Entrenaba cinco días a la semana para luego jugar partidos los fines de semana. Esto fue hasta que tuve la lesión más grande que había enfrentado hasta el momento.
Era un fin de semana cualquiera y entrené toda la semana como venía haciendo por mucho tiempo para estar listo para el partido del sábado. Preparé mi mochila con mi uniforme, botellas de agua y mis zapatos de fútbol, y salí de la casa camino al partido. Llegué a la cancha y saludé a mis compañeros junto a mi entrenador y enseguida empezamos a calentar. Empezó el partido y todo iba bien. Estábamos moviendo la pelota rápidamente y en cualquier momento llegaba el gol. En la última jugada del primer tiempo mi oponente y yo íbamos por una pelota dividida en el centro del campo. Me barrí y él también lo hizo al mismo tiempo y nos chocamos muy fuerte. El impacto fue duro e inmediatamente sentí un dolor grande en la parte baja de mi pie izquierdo. Me quedé tirado en el piso sin poder moverme. No pude terminar el partido y al final fui al hospital. Me hicieron rayos x y encontraron una fractura en mi tobillo izquierdo. Me dijeron que este tipo de lesión requiere cirugía y que no iba a poder jugar por un tiempo hasta que me recuperase completamente.
No entendí completamente la que iba a pasar hasta que iba camino a la casa. Me di cuenta de que no iba a poder jugar el deporte que más amo y que no iba a poder terminar de jugar la temporada con mi equipo, a pesar de todo lo que me había esforzado. Traté de no llorar, pero no pude contenerme.
Llegó el día de la cirugía y todo salió bien. Por seis semanas no iba a poder caminar y todo se me iba complicar sino fuera por mi familia. Mi mamá y mis hermanos me ayudaron para que este proceso de recuperación no fuera tan difícil para mí. Mi mamá siempre estaba pendiente cuando necesitaba algo o cuando tenía dolor. Mi hermano menor a veces me preparaba la comida y me ayudaba a vestirme. En este tiempo difícil nunca me dejaron solo y siempre estuvieron a mi lado.
Pasaron las seis semanas y por fin empecé a caminar otra vez. Empecé terapia física y cada día que pasaba mejoraba. Hacía los ejercicios que me daba el terapista en casa y a veces salía a caminar para acostumbrarme al movimiento de nuevo. Mi mamá me llevaba a las terapias dos veces por semana y en tan poco tiempo pude de nuevo correr y volver a la normalidad.
En esta experiencia aprendí primero, ante todo, que la familia siempre va a estar a tu lado. Mi familia y yo siempre estamos pendientes los unos de los otros, pero con esto que me pasó demostraron que en momentos difíciles siempre puedo contar con ellos. Este proceso de recuperación no fue nada fácil y requirió esfuerzo y dedicación. Tuve que dedicar mucho tiempo a mi recuperación con los ejercicios y mi alimentación. Aprendí que nada va a ser fácil y si uno quiere lograr algo, tiene que trabajar para eso.
Recuerdo el primer día que de nuevo pude pisar una cancha de futbol. Me sentí tan feliz y pensé que este momento nunca iba a llegar. No hubiera podido regresar a ser lo que más amo si no fuera por mi propio esfuerzo y lo más importante, por la ayuda de mi familia.