La vez que tuve dos operaciones

Cuando yo tenía seis años tuve que ser operado de apendicitis esta fue una experiencia que nunca olvidaré porque, no solo fue una operación, sino dos, con solo días de diferencias. Todo esto pasó en la República Dominicana donde nací y crecí hasta que tenía ocho años. 

Una noche estaba durmiendo y me despertó un dolor de lo que yo decía que era la barriga. Mi madre me dio medicamentos y no se me quitaba. Ya cuando amaneció llamaron al doctor del pueblo, quien fue a mi casa y me puso un suero que contenía aspirina. Para ese entonces mi familia no sabía que yo era alérgico a la aspirina. A causa de mi alergia me hinché demasiado, por esto no me pudieron operar hasta que la alergia se había ido. Después que se bajó la alergia con algunos medicamentos, me pudieron ya por fin operar y sacar el apéndice. 

Después de algunos días en el hospital pude volver a casa y estaba feliz porque no me gustaba estar en el hospital, y a mi madre mucho menos. Cuando volví tuve que seguir guardando reposo y no me podía mover mucho. Durante este tiempo una de mis tías mandó una caja llena de cosas de aquí de Nueva York a casa de mi abuela que no quedaba muy lejos de donde vivía. Yo quería estar allá con mi prima y mi hermana viendo lo que habían mandado. Yo sabía que no me podía mover mucho y me iba a quedar sentado tranquilo y así fue. Hasta que pasó algo que me causó risa, y la fuerza de la risa hizo que mi herida se abriera y se me salieron los intestinos o, en buen dominicano, “Se me salió el mondongo”. Entonces le dije a mi hermana muy calmado, “Britney mira”. Cuando me vio comenzó a gritar junto con mi prima y la amiga de la familia que estaba ahí también.  

Mi abuela estaba hablando por teléfono con mi tía, la que había mandado la caja.  Al  escuchar los gritos de mi prima, mi hermana y de la vecina que estaba ahí, mi abuela salió a ver lo que estaba  pasando. Al verme con la camiseta levantada ella también se puso a gritar y se olvidó de que estaba en el teléfono, y mi tía no sabía lo que estaba pasando y se preocupó mucho. En ese momento mi madre no estaba en la casa de mi abuela, donde yo estaba. Estaba en nuestra casa lavando ropa  y arreglando algunas cosas con una amiga de la familia, y uno de los vecinos la fue a buscar. Cuando ellas llegaron a casa de mi abuela y me encontraron todavía sentado y calmado mientras todos estaban llorando, mi mamá también se puso a gritar y a llorar. Estaban buscando un carro para poder llevarme al hospital, pero no encontraban uno hasta que uno de los vecinos llegó del trabajo y me cogió en brazos y me montó en su carro junto a mi madre. Junto con nosotros estaba una vecina que es enfermera y me llevaron al pequeño hospital del pueblo. Allí no me podían operar porque no tenían el equipo adecuado y me tuvieron que llevar a la ciudad, a Santo Domingo, al hospital donde trabaja un tío mío que es médico para que volvieran a operar.     

Cuando llegamos al hospital en Santo Domingo allá estaba mi abuelo que también es médico y me atendieron rápido. Después de haberme chequeado la herida y ver que mis intestinos estaban fuera de su lugar me prepararon para operarme. Me llevaron al quirófano, donde lo último que recuerdo es ver muchos instrumentos y a dos personas que me inyectaron la anestesia y después me dormí. Al acabar la operación cuando desperté en otra habitación encontré a  mi madre sentada. Duré quince días en el hospital después de esta operación. durante este tiempo la pasé acostado en la cama la mayoría del tiempo. Como a eso de los siete u ocho días comencé entonces a volver a caminar por los pasillos del hospital al principio agarrado de la mano de una de las enfermeras o de mi madre, pero después lo puede hacer solo.   

Al pasar los quince días me dieron el alta y pude volver a casa. Allí estaban mi abuela, mis hermanos, y un tío mío. Habían decorado la casa con globos y pancartas que decían “Bienvenido a casa”. Durante  esos primeros días de recuperación me trataban con mucha delicadeza, me añoñaban mucho y yo estaba feliz porque por fin me daban casi todo lo que quería. No solamente eso, sino también no me tocaba ir a la escuela. Al mes después de la operación me tocó volver a quitarme los puntos. Pensé que me iba a doler, pero no, solo sentí una pequeña molestia. El doctor dijo que ya todo estaba bien y que podía volver a mis actividades cotidianas.    

Durante todo este tiempo me di cuenta de algo que nadie en mi familia sabía hasta ese momento: es que soy alérgico a la aspirina.  Fue muy importante, porque desde ese entonces no he tomado ninguna medicina que contenga aspirina. Lo segundo es algo que para los que me conocen bien ya saben y es que me río mucho. De cualquier cosa que pase siempre me estoy riendo. No se toma mucho en hacerme reír. Tercero, aprendí el amor que me tiene mi madre. Ella estuvo ahí conmigo día y noche sin dejarme un solo momento. Todas esas noches incómodas en el hospital, siempre estuvo ahí y lo pasó todo sin quejarse. Es una gran lección que ella me ha dado siempre: amar sin medidas y no quejarme.