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Todos a lo largo de nuestra vida, alguna vez hemos enfrentado complicaciones, ya sean de salud o en nuestra vida cotidiana. Muchas veces creemos que por ser jóvenes muchas cosas no nos afectan y damos por hecho lo que tenemos en nuestro día a día como si nunca, por ninguna razón, pudiéramos perderlo. Voy a contarles sobre una complicación médica que tuve a los 16 años de edad cuando todavía vivía en la República Dominicana y tuve una parálisis de cuerpo completo.

Todo acontecía con normalidad, ese día me desperté en la mañana y asistí a clases. Al regresar a casa después de la escuela almorcé con rapidez para irme a tomar una siesta. Iba a ser un día bastante largo porque tenía mi primera práctica con el equipo superior de mi club de voleibol y un partido de baloncesto ese mismo día. Me desperté una hora antes de mi práctica de voleibol, que era a las cuatro de la tarde y me preparé. Vivía a cinco minutos caminando y también preparé mi uniforme de baloncesto por si no me daba tiempo de detenerme en casa. Ambos clubes quedaban a una cuadra de casa. Al llegar a la práctica todo iba bien estaba un poco nerviosa por entrar a esa nueva categoría, pero deduje que si estaba ahí era porque mi entrenadora veía potencial en mí. Mi práctica de voleibol terminó a las 6 y tuve que correr para llegar a mi partido de baloncesto. 

Al llegar ya estaban calentando y mi entrenador dijo que me vistiera e hiciera un calentamiento suave porque ya venía de otra práctica. Recuerdo estar muy nerviosa por jugar con las chicas del equipo contrario ya que algunas pertenecían al equipo de la selección nacional del país. No pude comer nada, tenía muy poco tiempo y dudé que los nervios me dejaran digerir cualquier cosa que tratase de comer. Jugué los cuatro tiempos y durante todo el proceso me tocó defender a la misma chica, ella medía casi seis pies además era rápida y fuerte. Yo no podía igualarla en tamaño pero tenía que hacer todo lo posible para igualarla en sus otras cualidades. Aunque no ganamos, mi equipo y yo dimos lo mejor de nosotras y al terminar el partido respiramos profundo sabiendo que pudo haber sido peor.

Caminando hacia las gradas, me sentía cansada y de la nada mi visión se volvió borrosa. Miré hacia arriba tratando de encontrar las luces y sentía como si se apagaran. Eso es lo último que recuerde antes de despertar en una silla. Mi entrenador me dijo que me había desmayado. Permanecí sentada por un rato más mientras tomaba agua y me reorientaba. Luego de un rato dije que me quería ir a casa, que ya me sentía bien y, a pesar de que mi entrenador insistió en llevarme, le dije que no hacía falta, que podía ir sola y que le iba a dejar saber cuándo llegara a casa.

De camino a casa, no había caminado ni la mitad de la cuadra y me tuve que detener en la bodega, donde una vecina me ayudó y me acompañó a casa. Me dolía mucho la cabeza y estaba mareada. Una vez dentro de mi casa, tomé unas pastillas para el dolor y me fui a la cama. Al tratar de dormir, sentía como mis brazos se adormecían y que algo crecía en mi garganta quitándome la habilidad de respirar con facilidad. De repente no podía moverme y tampoco podía hablar para llamar a mi tía. Me estaba desesperando y con mucho esfuerzo logré tirar la lámpara de noche al piso y el ruido hizo que mi tía bajara a ver qué pasaba. Luego llamó a su hermana para que me llevara al hospital porque no podía dejar a los niños solos. Recuerdo que el esposo de mi otra tía tuvo que cargarme para poder llevarme al vehículo y luego al hospital. Una vez en el hospital, fui ingresada de emergencias, me pinchaban los dedos para ver si sentía. Las enfermeras me  hacían preguntas y yo solo los podía escuchar, no podía responder a nada.

 Después de tratar todo lo que podían, los doctores dijeron que debía ser trasladada a una clínica donde me podían ingresar en la unidad de cuidados intensivos. Luego de ser trasladada e ingresada en la otra clínica el proceso de las preguntas se repetía y era frustrante no poder hablar o moverme. Estaba furiosa con la enfermera, continuaba haciéndome preguntas y me hablaba de una manera la cual me pareció no muy amable. Solo estuve ahí una noche y al día siguiente me trasladaron otra vez. Los doctores no sabían qué ocasionó la parálisis en mi cuerpo. Decían que estrés y una mala alimentación pudieron afectar mi cerebro o que tal vez los medicamentos que tomé estaban expirados, entre otras teorías. Los médicos no tenían un resultado concreto. Estuve en este estado por casi una semana y lo primero que volvió fue el habla. Luego podía empezar a mover mis brazos y cabeza. Lo más difícil fue tratar de volver a caminar, sentía como si lo estuviese aprendiendo de nuevo. Tenía que arrastrar mis pies y ser constantemente ayudada para usar el baño y para vestirme, etc. Luego de que empecé a mejorar ya podía ir a casa y aunque duró un par de semanas para que todo volviera a la normalidad, pude volver a practicar y a hacer deportes otra vez. Participé en un maratón y gané segundo lugar menos de un mes después.

Aprendí a cuidarme más en todos los sentidos, de manera física, mental y espiritual. Aprendí a valorar mi habilidad de poder moverme y de hacer las cosas por mí misma. Le doy gracias a Dios por permitirme expresarme verbalmente y poder sentir mi cuerpo. Aprendí a valorar más mi familia porque hubiesen movido cielo y tierra para que yo esté bien. Ahora no tomo por hecho nada y un nuevo día es una nueva oportunidad para mí. Trato de no pensar en cómo las cosas podrían haber sido para mí si me hubiese quedado en estado vegetal. Fue el mayor susto de mi vida y también la mayor lección. Decidí vivir mi vida al máximo y de la manera más saludable que pueda y lo más importante es que aprendí a agradecer por todo: por lo bueno y lo malo, porque me torcí un tobillo y lastimé mi rodilla o hasta porque me que al cocinar. Porque sé lo mal y desesperante que se sintió no poder sentir mi cuerpo, así que no cambiaría sentir físicamente por nada.