Hoy voy a hablar sobre el día que célebre mis once años. Para empezar, fue en Queens, Nueva York en el día once de mayo en el año 2011. Como la mayoría de las niñas de mi edad, yo vivía con mi familia que consistía en mis padres, mi hermano y mis dos pájaros. Generalmente, mis cumpleaños se celebraban un día antes por una razón que nunca me enteré, pero la fecha no podría haberme molestado menos, yo tenía curiosidad por lo que me iba a traer el día.
Por ese motivo, mi mamá decidió a una carne asada atrás en el patio. Nosotras tuvimos buena suerte con el día que estaba bien soleado; aprovechando del sol, mi mamá se puso a invitar a gente cercana- amigos, familia, los vecinos- hasta llamó a personas que vivían lejos porque quería incluir a todas las personas que pudiera. El día casi estaba demasiado bueno para ser cierto; mientras que los adultos cocinaban y platicaban, los niños (yo incluido) nos pusimos a jugar por donde sea. Pero yo sabía que algo no estaba regular y allí es cuando se vino- la primera gota de agua. Ahora, yo soy muy afortunada de haber tenido celebraciones de mi cumpleaños la mayoría de mi vida junto con pastel cada ano; mi mamá siempre se aseguraba de eso. Pero la lluvia fue algo que venía al mismo tiempo cada año y yo desearía que no viniera. En poco tiempo, estaba lloviendo “gatos y perros” y todos y todo se estaba mojando. A pesar de la lluvia, mi mamá no iba a dejar este obstáculo a arruinar sus esfuerzos. Rápidamente, ella reunió a todos para traer todo para dentro en la casa: sillas, mesas, comida. También en ese mismo momento, se le ocurrió la idea de sacar la sombrilla de la playa para seguir asando la comida afuera.
Mi mamá prendió el radio y todo regreso como si nada hubiera paso. Había gente bailando, comiendo, jugando – todos estaban disfrutando su tiempo por todos lados. Las horas pasaron y finalmente yo estaba en frente de mi pastel con las candelas prendidas. Antes que los soplará, me puse a ver a todos en mi casa mirándome con sus grandes sonrisas. Miré a mi mamá por un segundo y yo sabía que estaba cansada y tal vez un poco estresada por cómo cambió el día en un instante, pero su sonrisa nunca se le fue. El día no tenía que ser perfecto, nadie tenía que estar vestido de una manera específica, el sol ni tenía que estar afuera- nada era perfecto y nada tenía que estar perfecto porque en ese momento yo estaba “sobre la luna”. Yo estaba en un cuarto, lleno de las personas que más me importan; estábamos todos juntos y eso es lo que más me importaba. Apagando mis candelas, me puse a pensar, en ese momento, “yo soy muy afortunada”.