En el año 1980, Adelina López, mi abuelita, entró ilegalmente a los Estados Unidos. A los 23 años tuvo que separarse de su familia en México. Se fue en busca de una nueva vida. Mi abuelita se enfocó en buscar un sueldo que prometiera ganar más de lo que ganaría en México. Aunque ella se sintió triste al dejar a su familia, su meta era ayudarlos.
Mi abuelita lleva 41 años en los Estados Unidos. Creció en un pueblo chico y pobre. Desde niña, ella ha querido ofrecer una vida mejor para ella misma y para su familia. Cuando se fue de su casa, sintió tristeza y gusto a la vez: “Tristeza por los que se quedaban en casa. Y gusto por llegar aquí, a conocer este país”, comentó. Su vida no fue fácil en su pueblo, sin embargo, estaba contenta de poder vivir su infancia con sus seres queridos. Desafortunadamente, no hubiera tenido las mismas oportunidades si se hubiera quedado en su país. Ella cuenta que la única diferencia hubiese sido la diferencia económica. Más allá de esta diferencia, si no se hubiera marchado sería feliz:“pero feliz con la familia porque estábamos todos juntos”, contó.
Después de llegar a los Estados Unidos, mi abuelita confesó que tuvo miedo de empezar de nuevo. Jamás se había ido de México y no sabía lo que le esperaba. Su primer día en Nueva York. “Yo sentí el país como que no era el de antes. Yo pensaba que era un lugar… No sé”, y se rio. Ella explicó que no era lo que se había imaginado, “Cuando vi los subways sucios, yo pensé que eran igual que en México porque la estación de metro era diferente y también aquí vi mucha basura”. Su expectativa era ver una ciudad limpia. Después de ver la televisión tanto tiempo y ver una representación de Nueva York, ella sintió como si sus sueños de esta ciudad eran falsos.
Aunque tenía miedo de ser deportada, ella seguía trabajando. En ese momento deportaron a mucha gente. Mi abuelita tuvo que arriesgar su vida para aprovecharse de las oportunidades que ofrecía Nueva York: “Uno se acostumbró a trabajar. Cuando empecé a recibir el cheque del trabajo, ahí es cuando me gusto”, dijo.
Consecuentemente, a los 23 años la vida de mi abuelita cambió. Aunque no fue nada fácil, su perseverancia la motivó a establecer una vida que ofreciera una abundancia de oportunidades. A pesar de su lucha, todo su esfuerzo, y el riesgo en cruzar la frontera, ella llegaría a descubrir que si valía la pena.