Cuando yo estaba en la escuela secundaria, mi actividad favorita en cualquier clima era jugar béisbol. Yo nunca tenia interés en otros deportes, el único para mí era el pasatiempo de los Estados Unidos.
Yo estaba jugando béisbol un día en el año mil novecientos ochenta y seis. Era mi equipo del verano y ese equipo nunca tenía suficientes jugadores. Además, en este tiempo del año, las familias se van a vacacionar y siempre dejan el equipo con menos peloteros para jugar.
Eran dos juegos. Yo jugué tan bien en el primero que me pusieron de campo central para jugar el segundo. El problema fue que yo no era jardinero, yo era primera base. El entrenador quería dar a otro pelotero la oportunidad de jugar en primera base, pero todavía querían que yo bateara.
En la segunda entrada, le dieron a la pelota en mi dirección. Bajé a recoger la pelota, pero se fue a través de mi piernas. Sentí bastante vergüenza. Mis compañeros de equipo me estaban gritando y el entrenador también. El próximo bateador hizo lo mismo, y otra vez en mi dirección vino la pelota. Esta vez yo estaba seguro de que la iba a parar, pero la pelota le dio a una piedra pequeña y subió a darme directamente en el dedo. Me puse nervioso porque no quería hacer otro error. Sin pensar, cogí la pelota y la tiré al campocorto. En como tres segundos sentí algo mojado. Era sangre en mi mano. Se me había salido la uña del dedo. Me sacaron del juego inmediatamente, aunque yo no quería salir. Quería quedarme jugando.
Fui al hospital, y cuando lo miraron me dijeron que estaba roto. “Ok”, yo le dije a la enfermera, “por favor arréglenlo”. Pero en el hospital no podían hacer nada porque yo no tenía dieciocho años. Yo era un menor y sin tus padres contigo, no hacen nada. No hicieron nada. Mi abuela fue al hospital, pero le dijeron que si mi mamá no le daba autorización por escrito, que yo me tenía que quedar con el dedo roto. Ella intentó decirles que ella era la encargada de mí, pero no le prestaron atención. Mi abuela no creía que esto era posible, que dejaran a un joven con un hueso roto. La única cosa que dijo fue “me is the grandmother, me is the grandmother” en inglés roto.
Cuando llegamos a casa, mi abuela cogió dos palitos y envolvió el dedo con cinta. Cuando mi mamá llego de Santo Domingo, me llevó al hospital, donde le dijeron que, para arreglar el dedo, lo tenían que romper otra vez. Hasta hoy día tengo ese dedo torcido. Muchísimas gracias, healthc are en Nueva York. Ustedes no hicieron nada.