El sueño de un chico

Desde pequeño siempre quise aprender a manejar un carro. A los 14 años mi tío me enseño en El Salvador, pero aprendí poco. No fue hasta los 16 años, cuando aprendí mucho, que comencé a usar el carro todos los días. El carro que usé era de mi papá y la razón que quería aprender es porque no me gusta el transporte público así que me gustaba usar el carro para llegar a mi destino final y salir con mi familia y amigos.  

Primero estudié bastante para sacar el permiso de manejo hasta que pasé el examen, lo que me dio una alegría. Estaba listo para aprender más, entonces el siguiente día comencé a practicar. 

 Mi papá me llevaba a un lugar que no había carros. Me enseñó cómo hacer los cambios, cómo encender las señales de giro, cómo girar a la izquierda o derecha, cómo parquearme de reversa y en medio de dos carros. En vez de tener dos carros usamos conos. Me enseñaba todos los días hasta que hacía todo bien. Al principio era muy difícil, pero nunca dejaba de parar de aprender hasta que podía usar el carro bien. 

 Dos semanas después había aprendido bastante, por lo que mi papá tuvo la confianza para llevar el carro en las calles que estaban muy ocupadas y yo lo manejaba muy bien. No estaba nervioso, por ese motivo manejaba como que era profesional. Desde que aprendí siempre manejo, así que llevo a mi familia donde sea, por ejemplo, un restaurante, el parque o cualquier lugar. 

 Fue importante que mi papá me enseñara a manejar porque no era necesario que me llevará a lugares. Podía llegar a cualquier lugar sin problemas. Desde el principio de conducir solo, tenía una responsabilidad grande. Cada semana tenía que chequear si el carro tiene sus líquidos apropiados, como el aceite, gasolina, anticongelante, líquido de dirección asistida y líquido de lavado del parabrisas. Es mucho trabajo cada semana a chequear el carro para que no se dañe. Aparte de eso, me siento bien, calmado también contento porque me lleva para cualquier lugar.