El día más silente en la ciudad

En mi camino típico para ir y venir de la universidad, siempre tomo el mismo tren y bus. Subo al tren por media hora, camino a la estación del bus, espero y tomo el bus directo a la universidad. En el área donde está la estación de bus, hay muchas tiendas locales que venden comida. Las calles están decoradas con muchas mujeres mayores, y algunas veces sus familias también, vendiendo comida en las calles. Vendían lo usual: fruta, pupusas, empanadas, horchata, etc. Me gustaba caminar por ahí y ver todas las mesas llenas de comida recién hecha. Los olores de muchas culturas latinas llenaban las calles. En los días que me quedaba tarde en la universidad o no me daba tiempo en el día para desayunar en la casa, siempre me salvaban esos lugares.

En los días fríos, siempre había una señora que vendía atole de arroz. Tenía una mesita, un bote grande de atole, vasos disponibles y una cuchara para servirlo. Ella tenía los palillos de canela adentro del gran bote de atole, entonces el sabor era más intenso.

Su atole es uno de los mejores atoles del mundo. Los mejores días eran cuando me servía un vaso de atole y tenía una rama de canela adentro. Los días que tenía efectivo extra para gastar, me iba donde la señora y compraba un vaso de atole.

Mi familia y yo nos mudamos a los suburbios hace unos años. El vecindario donde vivimos ahora está habitado en su mayoría por personas blancas. No hay una gran comunidad latina donde yo vivo, y la que hay está muy lejos y no se puede acceder sin un carro. Ni siquiera hay muchas personas que hablan español ahí. Los que sí son latinos ni hablan español conmigo. Hasta mi papá está olvidando su español.

Hay un bus y un tren, pero no son muy accesibles como en la ciudad. La estación más cercana está a una hora caminando, y el bus solo viene cada hora si tienes suerte. Entonces, momentos chiquitos, como comprar un atole de arroz, me dan un sentido de nostalgia y conexión con mi cultura que no tengo en mi casa. También me dan una oportunidad para practicar mi español.

Recientemente, mi país eligió un presidente que está en gran contra de la inmigración. El presidente anunció que iba a mandar más agentes de inmigración para deportar a las personas indocumentadas. Mi mamá y mi papá eran inmigrantes y se convirtieron en ciudadanos cuando yo era chiquito. Entonces, cuando vi el anuncio del nuevo presidente, sentí mi corazón romperse en mil piezas.

A la mañana siguiente, fui a la universidad usando el mismo camino. Nunca había visto las calles tan calladas. Todos los carritos y mesas, decorados con fruta, postres y bebidas, desaparecieron. Hasta el deli donde compro mi desayuno todas las mañanas estaba más vacío. Fui a mis clases y, al salir, me dirigí a la estación del tren.

En la noche, bajé del bus y vi a la señora que vendía el atole de arroz. Fui a hablar con ella y advertirle sobre los agentes, que iban a venir con más frecuencia a la zona. Me contó que ya lo sabía y que había cambiado su mesa por un carrito de compras para poder escapar rápido. Me contó sobre su situación. Tiene niños a los que mantiene. No ha podido conseguir un trabajo porque es indocumentada y sigue en el proceso de conseguir papeles, así que vende atole para poder pagar la renta, sus facturas y ayudar a sus hijos a terminar la escuela. Me contó que siempre ha tenido miedo de inmigración, pero que esta época se siente diferente. Hablamos y hablamos, y al final compré mi atole y me fui para el tren.

Desde ese día, siempre chequeo si la señora que vende atole está en su esquina.