Cuando era una niña pequeña tenía un problema en cómo la gente me veía como latinoamericana. Esto fue algo muy difícil para mí cuando yo tenía entre once y diecisiete años. En la escuela intermedia tenía más problemas comparado a la escuela secundaria. Mi cara y mi nombre completo hacían a la gente pensar de dónde soy. Es raro que la gente adivine correctamente de dónde soy.
Cuando entré al sexto grado, me di cuenta de que la escuela tenía más latinos comparado a otras razas. Me sentí diferente a los demás. El primer día, cuando entré en la clase, mis compañeros se quedaron mirándome. La maestra comenzó a llamar la asistencia para saber quién estaba presente. Cuando terminó de llamar, ella nos dijo que hiciéramos un grupo de cuatro personas, para hacer una actividad. Yo me senté con dos niños y una niña. La actividad fue escribir información de cada compañero en tu grupo. El tipo de información que la maestra estaba buscando es el nombre de ellos, edad, de dónde son sus padres, si ellos nacieron en los Estados Unidos o su país, la asignatura favorita en la escuela y cuál es la menos favorita.
Cuando mi grupo terminó de presentarse, nos dimos cuenta de que el resto del grupo en la clase no había terminado todavía. Entonces decidimos hablar un poco hasta que todos hayan terminado. Uno de los niños me preguntó por qué yo soy muy pálida y mi apellido es Jordan si yo soy latina. Le dije que “yo soy latina porque mis padres nacieron en Ecuador.” Se quedaron sorprendidos, porque es raro encontrar una latina que es tan pálida. No les echo la culpa si ellos creen que yo parezco de otra raza. Mi nombre no se escucha como latino tampoco. Ahora, mis compañeros sabían quién era yo realmente. Pero eso no significaba que el resto de la gente de la escuela intermedia no me iba a preguntar.
Un año después, en el séptimo grado, decidí pintar mi pelo de color rojo solo por curiosidad sobre cómo me veo. A mitad del año, yo estaba afuera para receso, hablando con unos de mis compañeros de que nos faltaba un año y medio más para graduarnos. Entre medio de la conversación, vinieron dos niños del sexto grado, a preguntarme si yo era blanca. Les dije que “no, yo soy latina.” Uno de los niños le dio dinero al otro chico porque él había adivinado correctamente. Sentí dolor al saber que había gente haciendo apuestas. Pasaron unos meses y la graduación estaba cerca. Mis compañeros y yo queríamos pasar tiempo juntos antes de que terminara el año. Durante ese tiempo, estaba pensando que cuando me gradúe, no tendría que volver a esta misma situación.
Comencé en la escuela secundaria. Noté que había muchas razas diferentes. Eso fue algo muy interesante para mí porque yo nunca vi un lugar que tenía diferentes razas mezcladas. Antes de venir a mi escuela secundaria, yo viví toda mi vida donde había más latinos en el área y lugares comparado a otras razas. Pensé que por la variedad de razas nadie iba a hacer suposiciones sobre quién era yo, pero estaba equivocada desafortunadamente. El primer día de clase, noté que había un error en mi horario porque ellos me dieron la clase de Español 1 regular, cuando pedí italiano. Entonces la consejera me dijo que yo no podía coger la clase de italiano, porque no tomé el examen de nivel. En el proceso de explicarme, ella estaba viendo la información que mi escuela intermedia tenía de mí. Se dio cuenta de que yo hablaba español en la casa y que era mi primer idioma. Me dijo: “Lo siento mucho porque ellos te pusieron en la clase incorrecta. Tu necesitabas estar en Español 2 nativo.” Regresé a mi primera clase. Mis compañeros estaban hablando de sus clases para este semestre y viendo si ellos estaban en las mismas clases. Les pregunté: “¿Qué clase de idioma tienen?” y algunos me dijeron que tenían Español regular y otros Español 1 nativo. A los que tenían Español 1 nativo les pregunté: “Cuando recibiste tu horario, ¿decía “Español 1 nativo” o te hicieron el cambio?”. Mis compañeros me dijeron: “No, así estaba cuando yo lo recibí.” En ese momento entendí que la escuela o la persona que hizo mi horario asumieron que yo no era latina, que sólo hablaba inglés.
Pero no paró ahí. Durante los tres años que tuve clase de español, mis compañeros y la maestra nunca pensaron que mis padres eran cien por ciento latinos. No fue solo en la escuela, también sucedió afuera. Eventualmente, acepté la realidad de que nadie va a creer que yo soy ecuatoriana o latina. No tengo que estar frustrada por ello. Les dejo cree lo que quieran creer. Yo sé qué soy y eso es todo lo que importa.