Crecí jugando deportes con mis primos mientras mis primas jugaban con barbies. Cada día yo y mi papá nos sentamos a ver el partido de futbol o de los Yankees. Crecí en Washington Heights, así que por todo lados veía cosas de los Yankees. Al pasar los años me interesó más el béisbol, así que empecé a practicar un poco. A los 16 años, cuando era tiempo para la prueba para el equipo de softball de la escuela, estaba bien emocionada.
El softball no fue el primer deporte que jugué porque en la temporada de otoño jugué voleibol. Debido a que el voleibol requiere tantos movimientos y, especialmente, saltos, he tenido accidentes en los que me torcía un poco el tobillo, por tanto el doctor siempre me aconsejaba que me tenía que cuidar para no causar más daño a mi tobillo y pie cuando iba a entrenar para softball.
En el equipo de softball, hay dos personas que juegan en la misma posición por si acaso la otra jugadora no está disponible. En mi caso, mi compañera que también jugaba la misma posición que yo, estaba herida así que yo era la única pitcher para el partido. Este juego no era en nuestra escuela, sino en la escuela contra la que competíamos aunque no tenían un zona con tierra sino un zona de césped sintético. Además, la zona no estaba en buenas condiciones ya que el césped se estaba levantando y se puede ver el espacio entre eso y el cemento. En la plataforma de lanzamiento donde me paré para tirar la bola había un hueco donde tenía que palmear cada vez que lanzaba para que no me atrapara el pie y me cayera. Estaba llegando a lanzar pero primero me aseguré que el césped levantado estaba cerrado. El viento era tan fuerte que levantó el césped sin que me diera cuenta y cuando lancé, mi pie quedó atrapado en el hoyo y mi tobillo hizo un giro de 360. Por un momento sentí fuego en el pie. Mi entrenador vino a chequear mi pie y me preguntó si estaba bien, con que le respondí que sí pero que mi tobillo me dolía. Sugirió que termináramos el partido con los puntajes que ya teníamos, pero fui terca e insistí que yo podía continuar. Durante el juego no pude sentir el pie pero no dije nada. Al fin ganamos el partido y todos nos fuimos a casa.
El día siguiente, mi mamá me llevó al hospital para que revisaran el pie. El doctor me lo revisó y me dijo que fracturé los ligamentos en mi pie y que me torcí el tobillo. Me envolvió el pie con una banda y me dio muletas, y además me aconsejó que descansara y no pusiera ningún peso sobre mi pie porque podría dañar más los ligamentos. También dijo que si pienso en practicar algún deporte que tenga mucho cuidado porque otro accidente como este puede arruinar mis ligamentos o, si no, que dejara el deporte por un tiempo. Al escuchar eso, me asusté y por eso ese año no regresé al voleibol.
Esta experiencia me hizo dar cuenta que cuando tu cuerpo rechaza continuar haciendo algo, deberías escucharlo. Por mi terquedad, mi pie ya no es como antes: hay momentos donde no puedo tener mi pie de una cierta manera porque comienza a doler. Aprendí que cuando los adultos te dicen algo es por tu bien porque por más que mi entrenador me insistía que termináramos el juego, yo no quería parar. Ahora yo intento hacer lo deportes en mi tiempo libre con mis amigas pero eso sí, con cuidado. Lo importante es el esfuerzo que yo misma puse para continuar y para recuperarme.